Clasificación: M/E
Géneros: Romantasía (Romance y fantasía) | Ciencia Ficción | Desarrollo Lento | Space Opera | Pareja Predestinada
Resumen:
Cassia Harper creía que sus mayores problemas eran pagar el alquiler, mantenerse al día con la escena de la moda en Brighton y vender suficientes artesanías para ayudar a su familia. Pero cuando un misterioso y hosco soldado a sueldo con orejas puntiagudas irrumpe en su vida, todo cambia.
Su pasado no es lo que pensaba. El padre que apenas recuerda no era solo un viajero distante, y el broche que lleva todos los días… no es simplemente una antigüedad.
Ahora, con asesinos tras sus pasos y un protector que se niega a reclamarla (aun cuando la tensión entre ellos es ardiente), Cassia debe decidir: ¿huirá de su destino o se alzará para enfrentarlo?
Qué esperar:
🔥 Un “slow-burn” con intensa tensión (y varias recompensas muy candentes 😏)
🐺 Un protector cósmico de orejas puntiagudas (que sabe que ella es su pareja predestinada, pero se niega a actuar… al principio)
👑 Política galáctica
🌌 Una space opera llena de acción, erotismo y drama
🛸 Brighton (Reino Unido) se encuentra con las estrellas
Se sentía como un fantasma observando su vida. Los compradores de Brighton pasaban apresurados junto al puesto de Cassia Harper con los paraguas en alto y la mirada fija al frente, como si verla hiciera que la lluvia cayera con más fuerza. Ella acomodó un extremo de la lona impermeable para cubrir mejor la pequeña mesa plegable, donde sus coloridas y extrañas creaciones se apiñaban como refugiadas de un mundo perdido. La luz vespertina hizo centellear brevemente su elaborado colgante, antes de que las nubes volvieran a sepultar el sol.
Su colgante era una pieza intrincada, todo filigrana retorcida y destellos misteriosos. Su madre le había dicho que era una reliquia familiar, aunque Cassia sospechaba que quizá procediera de una tienda de segunda mano. Era su amuleto de la suerte—o lo habría sido, de funcionar. Lo toqueteaba sin darse cuenta, sus dedos ágiles pero manchados de tintes, mientras disponía y redisponía el mostrador. Las esculturas de tela, posadas como aves exóticas bajo la lluvia, refulgían con vivos colores y puntadas delicadas. Sus joyas, hechas con materiales insólitos, se extendían como tesoros perdidos. Cada pieza era única, tanto que parecía pertenecer a otro mundo por completo.
Los transeúntes se detenían un instante, la curiosidad arrancándolos de su concentración bajo la lluvia, pero ninguno se quedaba lo suficiente para comprar. Cassia sabía que sus creaciones llamaban la atención—había pasado incontables horas doblando alambre, cosiendo costuras y bordando detalles para asegurarse de ello—, y aun así, las pequeñas muecas de duda en los rostros de la gente eran demasiado familiares.
Con un suspiro sacó el móvil, protegiéndolo del agua mientras revisaba los mensajes. Ningún pedido nuevo. Abrió la app del banco y los números la miraron sin piedad. El alquiler vencería en dos semanas y todavía estaba lejos de cubrirlo. Sus dedos teclearon cálculos: sumó las ventas, planeó los gastos y volvió a preguntarse si debía aceptar aquel trabajo a tiempo parcial que Margot le había mencionado.
El aire estaba cargado del olor terroso de los adoquines mojados, mezclado con el aroma grasiento de los puestos de comida. Un tenderete prometía crepes calientes y sidra espumosa, tentando a los pocos compradores dispuestos a soportar el frío húmedo. Las carpas multicolores formaban una hilera en la calle del mercado, cada una cobijando los sueños y mercancías de artesanos esperanzados como ella. Pero los pensamientos de Cassia resonaban más alto que el parloteo de los vendedores y el repiqueteo de la lluvia. Cerró los ojos un momento, respiró hondo y dejó que el aire helado despejara su mente. Olía a Brighton—a hogar.
Hogar. Qué idea extraña, cuando el lugar donde creció jamás le pareció tal. Su madre, por maravillosa que fuera, siempre andaba enfrascada en su propio mundo de cerámicas y relaciones distantes. Cassia aprendió pronto a valerse por sí misma, hilvanando retazos de amor e independencia en algo soportable. La ausencia de su padre dejó huecos que nunca logró remendar. Era más sencillo no necesitar a la gente; más fácil volcarlo todo en su trabajo, aunque eso se sintiera como intentar llenar un colador.
Volvió a abrir los ojos. Los compradores escaseaban mientras la lluvia apretaba, pero los más decididos seguían mirando, los toldos impermeables crujendo como aves extrañas. Había soñado con un buen día, pero las nubes oscuras y el público escaso contaban otra historia. Al menos no estaba sola en sus penurias: el artesano de enfrente, un anciano con más arrugas que sonrisas, se apoyaba pesadamente en su bastón, y Cassia se preguntó cuántos días así habría visto.
La risa de un niño, clara y musical, interrumpió sus pensamientos. Un pequeño corrió salpicando charcos, arrastrando a su madre—un estallido de energía en una tarde sombría. Cassia los vio desaparecer tras la esquina, una visión reconfortante y dolorosamente lejana.
Revisó los artículos sin vender. Las bufandas de patrones etéreos, teñidas a mano y colgadas en maniquíes vintage, ondeaban en la brisa. Anillos, como minúsculos planetas en órbita alrededor de piedras relucientes, descansaban en cajitas de madera. Una chaqueta, cosida con retales y adornada con detalles surrealistas, colgaba de un perchero sencillo y parecía suspirar de impaciencia. Cassia se apartó un mechón de cabello y parpadeó para alejar una gota—o quizá algo más.
Ajustó la lona de nuevo; instintivamente su mano buscó el colgante. La pieza se sentía firme y reconfortante, un ancla en medio de la incertidumbre. Apartó las preocupaciones, alisó el cuello de su chaqueta y se dispuso a esperar, todavía con la esperanza de que la tarde deparase alguna sorpresa.
Descendió sobre el puesto de Cassia como un ovillo de lana desbocado, arrastrando brillantes hilos de conversación y optimismo. El impermeable amarillo de Margot iluminó la tarde gris, y saludó con el entusiasmo de quien trae un mensaje urgente.
—¡Pero mírate, toda triste y melancólica! ¡Toma, cariño, una galleta antes de que te desvanezcas! —Le plantó un termo entre las manos, desbordando calor y té.
Cassia parpadeó y soltó una risa pese a su ánimo.
—Margot, pareces el sol en persona. ¿Nunca llueve en tu mundo?
—¡No con un buen impermeable! —trinó Margot, sacudiendo el agua de sus mangas y sacando dos tazas como una maga.—He venido armada de víveres y buen humor. Y parece que necesitas ambos.
El vapor se arremolinó al servir el té, mezclándose con los aromas del mercado. Cassia rodeó la taza con las manos, agradeciendo el calor.
—Si empiezo a vestir de amarillo, ¿también se arreglarán todos mis problemas?
—Podría ser un comienzo —guiñó Margot, devorando una galleta con la convicción de que las migas deben compartirse con el universo. —Aunque tu azul melancólico me encanta: muy vintage para las tardes lluviosas.
—Perfecto para la lluvia, no tanto para pagar el alquiler —replicó Cassia.
—¿Y eso te tiene triste? Bah, estas rachas van y vienen. Acuérdate del mes pasado: aquella dueña de boutique te compró medio stock —canturreó Margot.
Cassia sonrió, pequeña y agradecida.
—Este mes parece más bien una gota. Y estás empapando el género.
Con un gesto exagerado, Margot secó el mostrador con una bufanda de colores.
—¡Ups! Espero que sea impermeable, o tendré que añadir “quitamanchas” a mis talentos artesanos.
Cassia volvió a palpar el colgante, más costumbre que necesidad.
—No sé si aguantaré otro mes así. Ya es duro mantenerme yo sola, y la semana que viene es el cumpleaños de mamá.
Los ojos de Margot se suavizaron.
—Te preocupas demasiado, cielo. Tanta angustia no cose un dobladillo. Eres brillante y lo sabes.
—¿Brillante? Llevo tres días y solo vendí unos pendientes.
Margot le dio un codazo.
—Las cosas vanguardistas tardan. ¡Ya verás! La ciudad entera espera descubrirte.
Cassia rió, pero su mirada volvió a la lluvia.
—Tal vez debería vender algo más… corriente. Fundas de tetera. Gorritos para gatos. Eso vuela.
—Pues hago yo los patrones —susurró Margot, cómplice—. Aunque revísalos: “Cojines Poodle” me salió “Cojines Puddle” (charco). Con este clima quizá triunfen.
Las dos rieron, el sonido mezclado con la lluvia, un dúo de camaradería que templó la tarde. Cassia sintió aligerarse algo dentro, pero las preocupaciones seguían como una mancha vieja.
El cielo clareaba, pero los pensamientos de Cassia seguían enredados en las nubes. Guardó las piezas sin vender con determinación silenciosa; el papel de seda susurraba secretos de días mejores. Margot se había ido a atender su propio nido de sueños y el mercado parecía vasto y vacío alrededor de su pequeño puesto. Mientras plegaba la mesa, lo vio: un desconocido con porte vigilante, confiado. Parecía verla a través de la distancia lluviosa, a través de ella.
La lluvia había cesado al fin, dejando un mundo de superficies brillantes. Los charcos punteaban los adoquines, espejos que reflejaban las primeras luces de la tarde. Cassia se movía con paso ligero, aunque los hombros pesados. Cada objeto embalado era un recordatorio de las decepciones del día.
Trabajaba con ritmo constante, contradiciendo la incertidumbre que fruncía su ceño. No sabía si el ánimo de Margot la había ayudado o solo había subrayado lo que le faltaba. El mercado languidecía entre puestos vacíos y vendedores tercos, pero Cassia estaba sola con sus pensamientos. Se acomodó el cabello y soltó un suspiro que no sabía que contuviera.
Y entonces lo volvió a ver.
Al principio, no era más que otra silueta lejana, otra sombra en la calle que se vaciaba. Pero había algo diferente en su postura, demasiado quieta, demasiado observadora. Estaba al otro lado de la calle, parcialmente protegido bajo el toldo de una tienda, una figura alta con un aire más que curioso. A Cassia se le aceleró el pulso al darse cuenta de que su atención se centraba por completo en ella.
El hombre no trató de ocultarlo. La observaba con la intensidad de alguien que no sólo estaba curioseando o pasando el rato. Casi podía sentir su mirada como algo físico, envolviéndola como otra capa que no podía quitarse de encima. Se distinguía de los demás rezagados de última hora del día, como si existieran en un mundo completamente distinto.
La reacción de Cassia fue inmediata, visceral. Un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío la recorrió y le puso la piel de gallina. Su mano voló hacia el colgante y le devolvió la mirada, con una expresión mezcla de sorpresa y algo que no podía nombrar. ¿Curiosidad? ¿Reconocimiento? Fuera lo que fuese, la hizo apresurarse a guardar sus creaciones.
Arriesgó otra mirada mientras recogía su mesa, esperando que él se hubiera esfumado como el resto de las esperanzas del día. Pero él permanecía allí, impasible, una constante en medio del caos de sus pensamientos. El agua de lluvia hacía brillar la calle entre ellos, y Cassia no podía decidir si era un abismo o un camino.
Estaba demasiado lejos para que ella pudiera distinguir sus rasgos, pero había algo en su postura que le llamó la atención. Había una gracia, una sensación de presencia que resultaba a la vez reconfortante e inquietante. Llevaba un abrigo largo que le rozaba las rodillas, sencillo y elegante, pero lo más sorprendente era su quietud. Le hacía pensar en historias a medio recordar y finales aún no escritos.
Las manos de Cassia eran un torbellino de movimientos mientras terminaba de recoger, y su corazón se hacía eco de sus latidos apresurados. El desconocido continuaba su silenciosa vigilia, una figura más parecida a una estatua que a un hombre. Cargó las últimas cajas en su furgoneta con más fuerza que cuidado, con la mente llena de preguntas sin respuesta y conexiones imposibles.
Finalmente, dio un paso atrás y echó un último vistazo. Su aliento flotaba en el aire como la exhalación de un deseo. El hombre no se había movido, ni un centímetro, pero ella tuvo la extraña sensación de que no lo dejaba atrás. Cerró las puertas de la furgoneta con una finalidad que no sentía, los ecos del día y su mirada la siguieron mientras se alejaba, dejando atrás el mercado y sus misterios, al menos por ahora.