Clasificación: M/E
Géneros: Romantasía (Romance y fantasía) | Ciencia Ficción | Desarrollo Lento | Space Opera | Pareja Predestinada
Resumen:
Cassia Harper creía que sus mayores problemas eran pagar el alquiler, mantenerse al día con la escena de la moda en Brighton y vender suficientes artesanías para ayudar a su familia. Pero cuando un misterioso y hosco soldado a sueldo con orejas puntiagudas irrumpe en su vida, todo cambia.
Su pasado no es lo que pensaba. El padre que apenas recuerda no era solo un viajero distante, y el broche que lleva todos los días… no es simplemente una antigüedad.
Ahora, con asesinos tras sus pasos y un protector que se niega a reclamarla (aun cuando la tensión entre ellos es ardiente), Cassia debe decidir: ¿huirá de su destino o se alzará para enfrentarlo?
Qué esperar:
🔥 Un “slow-burn” con intensa tensión (y varias recompensas muy candentes 😏)
🐺 Un protector cósmico de orejas puntiagudas (que sabe que ella es su pareja predestinada, pero se niega a actuar… al principio)
👑 Política galáctica
🌌 Una space opera llena de acción, erotismo y drama
🛸 Brighton (Reino Unido) se encuentra con las estrellas
La ventana estalló. Cassia dejó caer el broche, arrancada de golpe del mundo silencioso que había creado para sí misma. El broche repiqueteó contra la mesa de trabajo y luego cayó al suelo, uniéndose al caos de su minúsculo taller en Brighton. Se giró justo a tiempo para ver una figura alta atravesar el cristal y aterrizar con una gracia imposible entre retales y manualidades a medio terminar. Cassia retrocedió trastabillando, casi volcándose sobre un estante de tintes mientras su mente procesaba para entender.
Instantes antes, la escena era otro tipo de caos. Fardos de seda y lana colgaban del techo en racimos de colores. Botones, cuentas e hilos convertían el suelo en un campo minado de tropiezos. Incluso la cama de Cassia, un viejo colchón en un rincón, estaba sepultada bajo proyectos que nunca parecían acabarse. Pese al desorden, Cassia hallaba cierta paz allí, rodeada de sus herramientas. El golpeteo suave de la lluvia contra los cristales era un arrullo que la adormecía.
Trabajaba en un diseño nuevo, algo delicado y distinto, y su mente estaba lejos de imaginar cristales rotos o intrusos extraños. Pero ahora su mundo se hacía añicos y ella luchaba por asimilar aquel caos.
La figura se movió, alzándose desde una postura defensiva; unos ojos gris plateado recorrieron la habitación con instinto depredador. Era alto, imponente, pero algo más que humano. A Cassia se le cortó la respiración al notar las orejas puntiagudas y rasgos sutilmente lupinos, a un tiempo alienígenas y extrañamente familiares. Intentó hablar, pero las palabras no salieron.
Cuentas rodaron por el suelo, un pequeño ejército inútil que se dispersaba. Su mirada se posó en ellas, distracción momentánea ante la presencia del extraño. Él lo ignoró todo, salvo un detalle que captó toda su atención.
—Ese colgante, ¿de dónde lo sacaste? —exigió, la voz brusca, con el filo militar de una orden precisa.
Cassia siguió su mirada hasta el colgante antiguo que llevaba puesto, una reliquia que estaba siempre con ella, hacia tanto tiempo que sentía parte de su piel. Su mente corría para alcanzar lo imposible. ¿Quién era aquel hombre? ¿Qué quería con el colgante? Las preguntas giraban como las telas y tintes esparcidos.
—Lo... lo hice yo —balbuceó, insegura—. Hago todo lo de aquí. Incluso el cristal roto, por lo visto. —El humor seco emergió como defensa automática contra el pánico. Pero antes de acabar la frase percibió movimiento con el rabillo del ojo.
Figuras aparecieron en la ventana rota, recortadas contra la noche. Se deslizaron dentro con una precisión antinatural que le heló el corazón. La ventana había sido solo el principio.
Entraron como espectros: sigilosos, letales. Cassia apenas parpadeó antes de que la rodearan.
—Ponte detrás de mí —gruñó el desconocido, interponiéndose entre ella y los intrusos. Cassia retrocedió, aferrando unas tijeras de costura como un arma improvisada.
El primer asesino se lanzó, empuñando una hoja que brillaba con luz extraña. Sombras retorcidas convirtieron su taller familiar en un campo de batalla alienígena. Cassia contuvo el aliento; aquel hombre que había irrumpido ahora era su única defensa.
Dain recibió el ataque con eficacia nacida de años de combate: giró el impulso del enemigo contra él y lo hizo caer. Se volvió hacia ella, urgencia ardiendo en su mirada.
—¡Muévete! —tronó. Cassia retrocedió, las tijeras temblando en sus manos. Nunca se había sentido tan ajena en su propia casa, y sin embargo la adrenalina la hacía sentirse extrañamente viva.
Otro asesino esquivó a Dain y se abalanzó sobre ella con velocidad aterradora. Cassia alzó las tijeras, gesto inútil. Entonces su colgante estalló en un fulgor azul.
La fuerza fue sobrecogedora. El arma del atacante chocó contra una barrera invisible a centímetros de su pecho. Cassia jadeó, entre terror y alivio eléctrico. El colgante, aquel objeto familiar, se sentía ahora vivo. Palpitaba contra su piel, su brillo rivalizando con la noche lluviosa.
Todo quedó inmóvil bajo la luz. Incluso los asesinos vacilaron, cegados.
Dain no dudó. Aprovechó la apertura: liquidó a uno con brutal rapidez, sus movimientos volviéndose casi bestiales.
Cassia solo podía observar. Los atacantes restantes arremetieron, pero Dain se movía con una fuerza y velocidad que eran tanto pavorosas como sobrecogedoras. Sus ojos grises destellaron ámbar; sus rasgos lupinos se afilaron.
Todo acabó en un parpadeo: el último cayó mientras Cassia parpadeaba alejando el resplandor. Respiraba entrecortada, el corazón desbocado. El taller yacía en ruinas; cristal y materiales convertidos en escombros de un mundo fracturado.
Dain escudriñó la sala en busca de nuevas amenazas. Luego se volvió hacia ella, y Cassia vio algo más que un guerrero: algo que tiraba de sus miedos y dudas.
Miró el colgante que la había salvado: otra vez metal deslucido. Sus manos temblaron al tocarlo, esperando otro destello. Pero permaneció frío, la luz un recuerdo grabado en su piel. Alzó la vista a Dain; las preguntas le brotaban.
Parecía que un huracán hubiera pasado. El taller era caos, incluso para su estándar. Cristal, tela, plumas, tintes… difícil separar la pelea del desorden habitual. Cassia permanecía inmóvil, diminuta, la mente procesando lo imposible.
La ventana, abierta de par en par, dejaba entrar la lluvia. Cada superficie estaba sepultada bajo restos de combate y de su vida. Cassia no se movía, apenas respiraba, mirando el colgante en su mano trémula. Había vuelto a parecer inocuo, pero ella sabía la verdad.
—¿Qué acaba de pasar? —logró decir—. ¿Quién eres? ¿Qué es todo esto? Su voz temblaba como un hilo.
Dain se acercó con cautela, alerta pero sin amenaza. Inspeccionaba el taller como un soldado tras la batalla.
—Me llamo Dain —dijo, su voz cargada de verdades no dichas—. Me enviaron para protegerte. —Señaló el colgante—. No es solo una reliquia familiar. Es un artefacto poderoso de una galaxia lejana: la galaxia de tu padre.
Las palabras la golpearon como cristal roto. La galaxia de tu padre. Quiso hablar, pero la magnitud la ahogó. Era como si hubiese entrado en un relato ajeno.
—Eres blanco de una trama peligrosa —prosiguió Dain—. Tu tío te ve como amenaza para su poder. Habrá más asesinos. Aquí ya no estás segura.
Cassia se tambaleó ante aquellas verdades imposibles.
—¿Tío? ¿Mi padre? ¿Por qué… yo?
—Debes elegir —cortó Dain, implacable—. Quedarte en este mundo y probablemente morir o venir conmigo y aceptar un destino que desconocías.
Sus palabras expandían y encogían la habitación a la vez. Cassia contempló los restos de su vida. El pin parecía pesar toneladas. La lluvia susurraba sin cesar: el mundo no se detenía. Ella, en medio del taller roto, era una chica que debía decidir cómo empezar de nuevo.