Clasificación: M/E
Géneros: Romantasía (Romance y fantasía) | Ciencia Ficción | Desarrollo Lento | Space Opera | Pareja Predestinada
Resumen:
Cassia Harper creía que sus mayores problemas eran pagar el alquiler, mantenerse al día con la escena de la moda en Brighton y vender suficientes artesanías para ayudar a su familia. Pero cuando un misterioso y hosco soldado a sueldo con orejas puntiagudas irrumpe en su vida, todo cambia.
Su pasado no es lo que pensaba. El padre que apenas recuerda no era solo un viajero distante, y el broche que lleva todos los días… no es simplemente una antigüedad.
Ahora, con asesinos tras sus pasos y un protector que se niega a reclamarla (aun cuando la tensión entre ellos es ardiente), Cassia debe decidir: ¿huirá de su destino o se alzará para enfrentarlo?
Qué esperar:
🔥 Un “slow-burn” con intensa tensión (y varias recompensas muy candentes 😏)
🐺 Un protector cósmico de orejas puntiagudas (que sabe que ella es su pareja predestinada, pero se niega a actuar… al principio)
👑 Política galáctica
🌌 Una space opera llena de acción, erotismo y drama
🛸 Brighton (Reino Unido) se encuentra con las estrellas
Los asteroides flotaban como mundos olvidados, antiguos y sin ataduras, mientras la nave trazaba un delicado sendero entre ellos. Dain se mantenía rígido en el asiento del piloto, los ojos fijos en la vasta extensión de roca que los rodeaba. Lanzó una mirada a Cassia—ojos muy abiertos, como un niño contemplando las estrellas por primera vez. Su asombro suavizó las líneas duras de su concentración, pero su mente siguió alerta, contando los segundos hasta la llegada. Mantuvo la voz firme.
—Sujétate. Ya casi hemos llegado.
Cassia se agarró al borde del asiento, medio convencida de que la nave se haría pedazos en cualquier momento.
—Nunca había visto algo así. ¿Cómo sabes siquiera adónde vamos?
La mirada de Dain se mantuvo en los controles.
—He estado aquí antes.
La seguridad calmada de su voz hizo poco por mitigar el nerviosismo que le recorría el cuerpo. Los asteroides giraban perezosos a su alrededor, a veces tan cerca que Cassia distinguía los relieves escarpados de sus superficies. No sabía decidir si aquel lugar se parecía más a un cementerio o a un santuario.
Su corazón dio un vuelco cuando un enorme asteroide cobró vida de pronto. Paneles se retrajeron, el metal relució y se abrieron muelles de amarre ocultos con una exhibición perfecta de ingeniería.
—Parece abandonado —murmuró, sin aliento.
—Está diseñado para parecerlo —contestó Dain, sin apartar la vista del panel—. Es uno de los refugios de tu padre. Los estableció hace años para escapar de miradas indeseadas.
Orientó la nave hacia la entrada expuesta y maniobró con precisión. Al internarse en él, Cassia vio algo que nunca habría imaginado: secciones enteras del asteroide estaban huecas, transformadas en espacios vastos y abiertos.
La voz de Dain cortó sus pensamientos.
—Prepárate para el aterrizaje.
El hangar era estilizado, de ángulos marcados y superficies metálicas frías, pero mostraba desgaste. Marcas de quemaduras señalaban lugares donde naves habían atracado y partido a toda prisa, y las paredes parcheadas hablaban de reparaciones apresuradas. Dain posó la nave con un toque experto y se levantó enseguida.
—Mantente cerca —ordenó—. Puede que este sitio no esté tan desierto como parece.
Cassia asintió, llena de curiosidad. Lo siguió fuera de la nave; sus pasos resonaban en el suelo metálico. La estación se sentía inmensa y ajena, un laberinto de secretos potenciales.
Avanzaron por el hangar, pasando junto a pilas de equipos y montones de cajas etiquetadas en idiomas que Cassia no podía descifrar.
—¿Qué es todo esto?
—Suministros. Combustible. Mercancías de intercambio —respondió Dain, con eficiencia seca—. A tu padre le gustaba estar preparado.
—¿Y las reparaciones?
—Señales de visitantes —sus ojos no dejaban de moverse—. O de intrusos.
Aquella vigilancia constante la tranquilizaba y la inquietaba a la vez. Salieron del hangar hacia un pasillo que se curvaba hacia lo desconocido. Las paredes combinaban tecnología pulida y roca toscamente tallada: una arquitectura alienígena, hermosa y austera. Luces se encendían a su paso, guiándolos al interior.
—¿Son así todos sus puestos? —preguntó Cassia casi en un susurro.
—Parecidos. Algunos más grandes. Otros… menos estables —contestó él, girando a la izquierda sin vacilar.
Cassia se apresuró a seguirlo, maravillada.
—¿Cómo sabes por dónde ir?
—Protocolos de seguridad —respondió, señalando dispositivos que ella no había visto—. Vigilancia. Alarmas. Salidas ocultas.
Su disciplina se notaba en cada paso y cada palabra, pero Cassia no pudo evitar notar cómo se movía: alerta, casi animal. Su andar tenía una fluidez depredadora y sus orejas parecían captar sonidos que ella no oía.
—¿Crees de verdad que puede haber alguien aquí? —preguntó intentando no delatar el temblor en su voz.
—Es posible —dijo él—. O quizá mis instintos estén… hiperactivos.
Cassia soltó un aliento. Llegaron a una gran puerta asegurada al final del corredor. Dain se detuvo y la miró; en sus ojos brilló una suavidad poco común.
—Él lleva mucho tiempo esperando este momento. Tú también. Pero recuerda: tenía sus razones.
El corazón de Cassia latía rápido; emociones sin nombre surgían. ¿Lo reconocería? ¿Aquel padre casi fantasma toda su vida?
Dain introdujo un código. La puerta se abrió con un susurro, revelando a un hombre de rasgos sorprendentemente familiares—alto y delgado, con ojos que reflejaban los de ella. Cassia se quedó inmóvil, atrapada entre la incredulidad y el reconocimiento.
—Bienvenida a casa —dijo Aldric Harper en voz baja. La sala zumbaba con los secretos del universo: mapas estelares cubrían las paredes como bocetos febriles y artefactos de mundos distantes abarrotaban cada superficie. Aldric Harper, un recuerdo viviente, contemplaba la puerta como si su anhelo pudiera hacerla abrir. Cuando Cassia por fin cruzó, la expresión del hombre mezclaba certeza y una vieja esperanza doliente.
—Hola, Cassia —saludó, con voz gentil pero cargada de emoción.
Ella permaneció congelada; él se parecía tanto a los pocos recuerdos que guardaba y, sin embargo, era más vivo, más real. El tiempo pareció estirarse, inestable, mientras padre e hija se miraban por primera vez en años.
—Lo has conseguido —susurró Aldric, dando un paso—.
Cassia estaba tensa, entre acercarse y huir. El silencio se espesó con preguntas y reproches sin decir.
—Te pareces mucho a tu madre —añadió, deteniéndose a cierta distancia.
El rostro de Cassia cambió; la tormenta interna se afiló. Tocó el colgante, ancla con el pasado.
—La madre que me crió sola mientras tú estabas fuera —dijo, la voz hiriente y cruda.
Aldric se estremeció como si la golpe le hubiera alcanzado, pero recuperó la compostura.
—Nunca quise dejaros —empezó, sincero—. Hay cosas que no sabes…
—Sé suficiente —lo cortó Cassia, la voz temblorosa—. Te fuiste. Nos dejaste.
El dolor cruzó los rasgos de Aldric, pero insistió:
—Debía mantenerte a salvo. Mi hermano—tu tío—es un hombre peligroso. Cuando elegí a tu madre antes que el trono, lo tomó como traición y juró eliminar a los herederos. Alejarme era la única forma de protegerte.
La mención de un tío desconocido golpeó a Cassia. Se esforzó por mantener el enojo en primer plano, donde era más seguro.
—¿Y yo tenía que entenderlo?
—No esperaba que lo entendieras —admitió Aldric—. Solo que sobrevivieras.
Señaló una pared; registros holográficos cobraron vida: imágenes de un imperio galáctico, linajes reales, mapas, intentos de asesinato. Cassia contempló en silencio, cada imagen una pieza nueva del rompecabezas.
—Nunca os abandoné —dijo Aldric, con pesar—. Cada momento lejos de ti fue otra forma de pérdida.
La ira y el dolor de Cassia se mezclaron en confusión. Sujetó el colgante como salvavidas. Aldric continuó, la emoción desnuda:
—Quería estar con vosotros. Pero de haber regresado, los habría guiado hacia ti.
Cassia apartó la vista, la mente saturada. Percibía a Dain en la puerta, silencioso, su rostro suavizándose cuando creía que ella no lo veía.
—¿Puedes creerme? —preguntó Aldric, cargando años de arrepentimiento.
Cassia sostuvo su mirada; la ira cedió a vulnerabilidad.
—No lo sé —susurró. Pero había un ápice de posibilidad.
—Permíteme mostrarte más —pidió él, con tímido optimismo.
Cassia dudó, el peso de lo que fueron y podrían ser.
—Supongo que después de llegar hasta aquí… —bromeó, la voz hueca.
Aldric sonrió tímido. Cassia lo siguió más adentro; cada paso era un puente entre mundos. Dain se quedó en el umbral, su mirada un nudo de admiración y preocupación, sujetándolo tanto como cualquier juramento.
Las runas estaban grabadas en el suelo como cicatrices, crudas y precisas, entrelazadas con cables y aparatos cuyo uso Cassia no comprendía. La cámara parecía una herida abierta, demasiado brillante. Su padre la recorrió con familiaridad.
—Tu legado es más que sangre —dijo Aldric—. Puedo enseñarte.
Tomó un dispositivo extraño.
—Nuestro pueblo siempre tuvo afinidad con la energía. La tuya ha estado dormida.
—¿Manipulación de energía? —repitió Cassia, incrédula—. ¿Es esto un truco para fiestas?
Él sonrió.
—Mucho más. Nuestras habilidades forjaron historias, construyeron mundos. El colgante es un conductor: oculta y canaliza tu poder.
Se situó en el centro de los símbolos y creó un orbe de luz azul palpitante entre las manos. Cassia, maravillada, quiso creer.
—Tu turno —dijo él.
Ella dudó, luego se adentró. Sostuvo el prendedor y siguió las indicaciones. Al principio nada ocurrió. La frustración la inundó.
—Relájate. Confía —animó Aldric—. Intenta sin el colgante; él lo ha mantenido sellado.
Con cautela se lo quitó. El aire cambió, cargado. Chispas danzaron en sus dedos.
—¡Funciona! —exclamó, fascinada y temerosa.
Aldric sonrió con orgullo. La entrenó con ejercicios cada vez más complejos. La energía creció, salvaje. Un estallido barrió estanterías y artefactos. Cassia jadeó, asustada por su propia fuerza.
—Ni imaginas lo poderosa que puedes llegar a ser —rió Aldric, recogiendo objetos caídos.
Dain, desde la periferia, se tensó: pupilas dilatadas, postura erecta. Cassia captó el conflicto en su rostro: instinto protector y admiración.
—Has avanzado en una sesión —dijo Aldric—. Imagina con tiempo y práctica.
Cassia cerró los ojos, intentando asimilar. Sostuvo el prendedor resplandeciente, símbolo tangible de su nuevo mundo. El orgullo de su padre era un peso que no sabía que ansiaba, y el apoyo silencioso de Dain añadía otra capa a sus emociones.
El pasado se respiraba en cada rincón. El toque de su padre impregnaba todo: prendas, artefactos. Cassia se plantó en el umbral, mirando estanterías y ropas cuidadosamente dobladas. Todo parecía dirigido a su madre, a alguien que no era ella.
—¿Con esto pretendes compensar el tiempo ausente? —le temblaba la voz—. ¿Tenías todo esto y nunca volviste?
—Nunca fue tan sencillo —respondió Aldric, cansado.
—A mí me lo parece: nos dejaste.
El reproche dolió. Aldric tragó.
—Tras la muerte de tu madre pensé volver. Casi lo hice. Pero los intentos de matarte eran cada vez más frecuentes. No podía arriesgarme a llevarlos hasta ti.
—¿Intentos? ¿Y nunca dijiste nada? —La rabia titubeó, descrédito presente.
—¿Cómo cargar eso a una niña? —su voz se quebró un instante.
El mundo giraba; el enojo era su ancla, pero las fisuras aparecían.
—¿Fue real algo? ¿Nos amabas?
Aldric no apartó la mirada.
—Más que a nada. Cada día lejos de ti fue una elección por ti, Cassia. No por mí.
Sus murallas se desplomaron en lágrimas.
—Estuve sola —sollozó—. Te necesitaba.
—Y te fallé —admitió él, crudo.
Ella se apoyó en su pecho; no era perdón, pero sí un comienzo.
En el pasillo, Dain oyó cada palabra, su semblante estoico surcado por empatía.
Aldric se separó, con ternura.
—Descansa. Ahora tenemos tiempo.
Cassia asintió, exhausta. Él salió; Dain entró, vacilante.
—La familia es… complicada —musitó.
—Una forma de decirlo —respondió ella, limpiándose las lágrimas.
—Estoy aquí si necesitas algo —confesó él, torpe pero sincero.
Cassia sonrió débilmente.
—Gracias.
—No estás sola, Cassia.
Las palabras quedaron suspendidas, cargadas de sentido. Dain se retiró. Cassia examinó el colgante, comprendiendo su significado. El cuarto seguía lleno de fantasmas, pero menos amenazante. Su mundo había cambiado y apenas empezaba a ver cuánto. Mientras Dain montaba guardia en el umbral, Cassia sintió latir algo nuevo—esperanza, quizá, o pertenencia. Frágil, indefinido, pero real.