Clasificación: M/E
Géneros: Romantasía (Romance y fantasía) | Ciencia Ficción | Desarrollo Lento | Space Opera | Pareja Predestinada
Resumen:
Cassia Harper creía que sus mayores problemas eran pagar el alquiler, mantenerse al día con la escena de la moda en Brighton y vender suficientes artesanías para ayudar a su familia. Pero cuando un misterioso y hosco soldado a sueldo con orejas puntiagudas irrumpe en su vida, todo cambia.
Su pasado no es lo que pensaba. El padre que apenas recuerda no era solo un viajero distante, y el broche que lleva todos los días… no es simplemente una antigüedad.
Ahora, con asesinos tras sus pasos y un protector que se niega a reclamarla (aun cuando la tensión entre ellos es ardiente), Cassia debe decidir: ¿huirá de su destino o se alzará para enfrentarlo?
Qué esperar:
🔥 Un “slow-burn” con intensa tensión (y varias recompensas muy candentes 😏)
🐺 Un protector cósmico de orejas puntiagudas (que sabe que ella es su pareja predestinada, pero se niega a actuar… al principio)
👑 Política galáctica
🌌 Una space opera llena de acción, erotismo y drama
🛸 Brighton (Reino Unido) se encuentra con las estrellas
La nave aterrizó como un suspiro, asentándose en la tierra blanda. Vapor se elevó alrededor del tren de aterrizaje, fantasmal y extraño bajo la luz azul. Cassia y Dain emergieron como espectros, irreales entre la bioluminiscencia. Las enredaderas brillaban en oro, enormes hongos palpitaban con un fulgor azul suave y flores extrañas se abrían y cerraban a su paso. Un aroma dulzón flotaba en el aire, y los ojos de Cassia se iluminaron de asombro cuando rozó una hoja que cambió de color bajo sus dedos.
—Deberíamos estar a salvo aquí por ahora —dijo Dain, con las orejas moviéndose—. Las condiciones atmosféricas enmascararán la presencia de la nave.
Cassia dio un paso alejándose de la nave, su mano aún reposando en el casco como si dudara abandonar la seguridad que representaba. Echó un vistazo a Dain, que estaba agachado, ajustando algo en un equipo táctico, sus rasgos afilados iluminados por el resplandor de la jungla.
—¿Crees que Vertex nos rastreará? —preguntó en voz baja, teñida de esperanza y duda.
—Lo intentará —respondió Dain, con la mirada recorriendo la flora densa que los rodeaba—, pero la interferencia de esta atmósfera nos da ventaja.
—Ventaja —repitió Cassia, soltando un suspiro—. Me vale.
Dain se irguió por completo, una figura imponente incluso en este bosque alienígena. Se acercó a ella, sus pasos deliberados y silenciosos.
—Debemos seguir moviéndonos —dijo, sin dejar que su mirada se posara en un punto por más de un instante.
Cassia asintió, intentando igualar su calma, aunque sabía que no lo conseguiría. Su corazón aún golpeaba por la huida y el mundo brillante a su alrededor se sentía como un sueño. Mientras avanzaban más en la jungla, no pudo evitar lanzar miradas a los paisajes hipnóticos.
La jungla estaba viva de formas que Cassia nunca había imaginado. Hojas gigantes se arqueaban sobre sus cabezas, relucientes como si estuvieran hiladas de metal precioso. Se movían como criaturas, balanceándose suavemente sin brisa alguna. Cassia extendió la mano para tocar una y esta onduló bajo sus dedos, cambiando del dorado a un bronce profundo. Rió, un sonido claro y sorprendente en el silencio circundante.
—Concéntrate —dijo Dain, un matiz de humor seco en su voz pese a la seriedad de sus palabras.
Cassia le sonrió; su miedo se desvaneció por un instante.
—Estoy concentrada —respondió—. Solo en algo diferente a ti.
La boca de Dain se movió en lo que casi fue una sonrisa; la expresión desapareció tan rápido como llegó, reemplazada por su vigilancia habitual.
La vastedad de la jungla parecía absorber todo sonido, envolviéndolos en una quietud extraña. Cuando el ruido llegaba era raro y distante: una serie de chasquidos que resonaban como tambores fantasmales, un lamento inquietante de alguna criatura invisible y llamados graves que podían ser animales o el viento.
Dain se detuvo de repente, su cuerpo tenso, inclinando la cabeza mientras escuchaba. Cassia contuvo el aliento, sus propios instintos diciéndole que permaneciera inmóvil. Tras un momento, Dain se relajó, su postura rígida suavizándose.
—Solo fauna —murmuró, casi para sí mismo.
Cassia exhaló lento, intentando imitar su compostura.
—Bien —dijo, demasiado animada—. No traje zapatos adecuados para combate.
Dain le lanzó una mirada divertida.
—La próxima vez empaca de forma más práctica.
—No me dieron tiempo a empacar nada —respondió Cassia, rodando los ojos. Su expresión se tornó seria—. Este lugar… no se parece a nada que haya visto.
Dain asintió, escaneando nuevamente el entorno.
—La bioluminiscencia es notable —admitió—. Incluso podría confundir los sensores térmicos.
Continuaron, serpenteando entre hongos enormes que proyectaban luz azul suave sobre su camino. Pequeños insectos brillantes revoloteaban, parpadeando como diminutas estrellas vivientes. A medida que el bosque se hacía más denso, tuvieron que agacharse bajo lianas luminosas colgadas en patrones elaborados, cada movimiento haciendo que la jungla pareciera aún más viva.
Cassia se detuvo para inspeccionar un grupo de flores. Sus pétalos se abrían en espirales, brillando intensamente hasta detectar su presencia, luego se cerraban de golpe como criaturas tímidas. Ella se inclinó, inhalando su fragancia dulce y desconocida.
—¿Qué crees que sea? —preguntó, sin estar segura de querer la respuesta científica.
—¿El perfume? —respondió Dain, con una ceja alzada—. Posiblemente un irritante en el aire. No respires demasiado.
—Eres todo un guía turístico —dijo Cassia, con una sonrisa ladeada.
Esta vez Dain permitió que la sonrisa alcanzara sus ojos.
—Es fácil olvidar de qué huimos —dijo suavemente— en un lugar así.
Cassia vaciló, atrapada por la calidez inusual en su tono. La jungla los rodeaba con su belleza surrealista, haciendo que el mundo exterior pareciera distante e irreal. Por un momento, casi pudo creer que estaban a salvo.
Pero sabía que no debía confiar en la paz momentánea. La mano de Dain rozó su hombro, guiándola. Se adentraron más en el corazón del bosque brillante, su camino iluminado por las luces cambiantes de un mundo alienígena.
Cassia se maravilló de la forma en que Dain se abría paso por la jungla. Parecía parte de ella, deslizándose con gracia entre los árboles resplandecientes, sus movimientos sincronizados con la luz cambiante. Sus propios pasos le parecían torpes en comparación, pero mantuvo el ritmo, observándolo avanzar con confianza entre la extraña flora. Activó su brazalete Gragaruam para escanear los alrededores; la banda metálica brilló suavemente mientras proyectaba lecturas holográficas.
La luz del brazalete se mezcló con la bioluminiscencia, creando un remolino de colores que danzaba sobre las hojas. Cassia vio desfilar los datos, identificando cada planta y criatura que dejaban atrás. Resultaba reconfortante tener algo familiar en aquel paisaje alienígena, aunque su dominio de la tecnología fuera, en el mejor de los casos, rudimentario.
—Es increíble —dijo, mientras el Gragaruam resaltaba un grupo de arbustos espinosos—. Todo aquí es tan distinto de casa.
Dain disminuyó la marcha y la miró por encima del hombro.
—Distinto —coincidió, y la palabra cargó con múltiples sentidos.
Cassia supo que no hablaba solo de la flora. Lo veía en la forma en que se movía, más relajado de lo que jamás lo había visto, su cautela habitual templada por el asombro que les rodeaba. Resultaba contagioso, ese aflojamiento de sus miedos de siempre, y ella se sorprendió sonriendo mientras seguía su paso.
Las proyecciones holográficas cambiaban con cada zancada; el brazalete calculaba la seguridad de su ruta. Cassia vio aparecer nuevos datos, traduciendo lo desconocido en algo tangible.
—¿Estás buscando a Vertex? —preguntó Dain, con voz seca.
—¿Es lo que haces tú? —replicó ella, en tono burlón—. Tal vez debería dejarlo al experto.
Él le dedicó una mirada casi juguetona.
—Me ofendería si pensara que lo dices en serio.
La selva se abrió a su alrededor; la vegetación densa dio paso a un claro más amplio. Cassia y Dain aminoraron, contemplando la vista. El suelo bajo sus pies brillaba suavemente, iluminándose a cada paso como una alfombra viva de estrellas. Cassia rió ante el espectáculo; el sonido resonó como una criatura jubilosa.
Dain la observó, su rigidez habitual ablandándose.
—Tu brazalete tendrá problemas para seguir el ritmo —comentó, sin tono de reprimenda.
—Creo que se las arregla bastante bien —respondió ella, disfrutando del intercambio ligero.
Avanzaron hacia el centro del claro, donde una serie de estanques centelleaba en la luz tenue. La superficie del agua relucía en delicados matices azul verdosos; cada charca era un universo en miniatura. Criaturas extrañas y translúcidas nadaban en patrones intrincados, dejando tras de sí estelas luminosas.
Cassia se arrodilló junto a uno de los estanques; su Gragaruam escaneó el agua. Pequeños organismos saltaron de la superficie como chispas brillantes, iluminando el aire antes de perderse en las sombras. Observó, fascinada, cómo las proyecciones del brazalete confirmaban la ausencia de peligro.
—Dice que es seguro tocarlos —le contó a Dain, conteniendo apenas la emoción.
—¿Seguro? —repitió él, con un leve escepticismo—. Si confías en la tecnología alienígena.
Cassia le dedicó una sonrisa de desafío.
—Me arriesgaré.
Sumergió los dedos en el líquido fresco, viendo cómo el agua se adhería a su piel en gotas que seguían brillando. La sensación era a la vez familiar y extraña; la luz danzaba sobre sus manos como si estuviera viva. Alzó los dedos, maravillándose de cómo las gotas parecían latir al compás de su corazón.
Dain se agachó junto a ella; sus hombros se rozaron. El contacto fue eléctrico, más inesperado que cualquier prodigio de la jungla. Cassia sintió su pulso acelerarse, un prodigio diferente apoderándose de ella.
—Deberías probar —susurró, la voz más suave de lo que pretendía.
Dain observó el agua luminosa; su entrenamiento militar chocaba con la curiosidad.
—Creo que es mejor que me mantenga seco —respondió, pero había calidez en su negativa.
Se quedaron junto a los estanques, la selva abrazándolos con su irrealidad. El dosel sobre sus cabezas era una catedral de luz; las hojas filtraban el sol tenue en haces que se cruzaban en el aire. Aquel momento de paz se sentía sagrado, el peso de sus circunstancias, por un instante, olvidado.
Cassia se inclinó hacia Dain; la tensión que había definido su huida se disipaba. Él pareció notarlo; la distancia habitual se acortó cuando centró toda su atención en ella.
—Parece que somos los únicos en el universo —dijo Cassia; las palabras eran más ciertas de lo que esperaba.
Dain no contestó, pero la mirada en sus ojos lo expresaba todo. Su naturaleza disciplinada se suavizó, revelando algo más vulnerable. El silencio se alargó, lleno de pensamientos sin decir y de una conexión que desafiaba el caos de sus vidas.
La selva palpitó suavemente en respuesta, la luz cambiando y danzando como un ente vivo. Los rodeó con su magia, testigo silencioso de los cambios en sus corazones.
El crepúsculo convirtió la jungla en un mar de luz. Cassia y Dain se sentaron bajo un árbol gigantesco; sus raíces formaban un refugio natural. El suelo brillaba con una luminiscencia azul verdosa etérea, sombras que saltaban en patrones como bancos de peces. Compartieron raciones de sus mochilas; el Gragaruam proyectaba un mapa sobre el tronco. Cassia observaba las lecturas distraída, más atenta a Dain que al entorno.
—Sé que esta no es tu idea de escapada relajante —bromeó—. ¿Crees que sobrevivirás al aburrimiento?
Los labios de Dain se movieron en una rara muestra de diversión.
—He soportado peores cosas —replicó, mirando las proyecciones—. Esta vez al menos tenemos agua potable cerca.
—Alojamiento de lujo —comentó Cassia, abriendo una ración y oliéndola con una mueca teatral—. Y gastronomía gourmet.
Se acomodaron en un silencio cómplice; la noche alienígena los envolvía. La bioluminiscencia de la selva se intensificó, bañándolos en colores que hacían su mundo íntimo e infinito a la vez. Cassia lo observó de reojo; la quietud entre ellos se profundizaba.
—No parece real —dijo por fin.
Dain la miró; en sus ojos gris plata se formó una pregunta.
—Este lugar —siguió Cassia—. Y nosotros aquí. Como si hubiéramos entrado en la historia de otro.
Su mirada se posó en ella; vio un destello detrás de su reserva: curiosidad, tal vez algo más raro.
—¿Por qué aceptaste este trabajo, Dain? —preguntó, con urgencia inesperada—. ¿Por qué yo?
Él dudó; durante un instante creyó que no respondería.
—Ofrecías la mejor paga —dijo al fin, neutral. Pero Cassia notó cómo sus manos se quedaban quietas: había más.
—No eres tan difícil de leer —le desafió.
Dain alzó una ceja, un reto silencioso.
—Quizá debería pagar menos —murmuró Cassia, recostándose—. Ver quién se queda de verdad.
—A las fuerzas de tu tío no las convencerás con rebajas —respondió él, seco—. Ni con lazos familiares.
Cassia se estremeció, pero asintió.
—Probablemente están sorprendidos de que esté viva —confesó—. A veces yo misma lo estoy.
Su franqueza pareció desarmarlo; su postura rígida se relajó apenas. El Gragaruam seguía proyectando el mapa, lecturas que parpadeaban como estrellas lejanas.
—¿Y tú? ¿Te sorprendes, Dain? —inquirió.
Su expresión se cerró, luego se abrió de nuevo, como una puerta que no había visto antes.
—Rara vez —dijo con aspereza—. Pero sí, no sería la primera vez.
Cassia sonrió, lenta y genuina. Todo parecía suspendido, y percibió el cambio entre ellos, un hilo tan emocionante como aterrador.
—Dijiste que has estado en más planetas de los que puedes contar —recordó—. ¿Cuál fue el más hermoso?
Dain sostuvo su mirada; los colores de la jungla se reflejaban en sus ojos. Vaciló, el silencio cargado, como si pesara sus palabras.
—Había uno —empezó; la precisión cortante de su voz se suavizó—. Cubierto por completo de agua. Sus habitantes construyeron ciudades sobre balsas y coral.
Cassia se inclinó. Mientras hablaba, él parecía desprenderse de la coraza de soldado y convertirse en alguien que ella podía llegar a conocer.
—Cada superficie centelleaba, reflejando sol y mar. De noche, la luz danzaba en las olas y el océano se convertía en un cielo repleto de estrellas.
—Suena a sueño —murmuró Cassia.
—Lo era —respondió él, y la crudeza de su tono hizo vibrar el aire entre ambos.
Guardaron silencio; el espacio cambió. Cassia sintió su corazón latir al ritmo de la selva, la conexión que la acercaba a él.
La mano de Dain se movió, buscando su rostro con intensidad; todo lo demás se desvanecía. Cassia inclinó la cabeza, el aliento contenido.
Pero se retiró en el último instante, incorporándose de golpe. El hechizo se rompió; Cassia quedó desorientada.
—No puedo —dijo, la voz ronca y en conflicto—. Mi deber es protegerte, no… —Dejó la frase inconclusa.
Cassia permaneció inmóvil, la decepción golpeándola. Había creído en la cercanía entre ambos, y ahora la distancia parecía mayor.
Dain quedó de pie, los puños cerrados; sus ojos se posaron en sus labios, testigos mudos de lo que no podía decir. La tensión cayó como niebla espesa; los atrapó a ambos.
La explosión desgarró la noche, un rugido repentino que iluminó el cielo y sacudió la tierra. Cassia y Dain se alzaron; la urgencia sustituyó la incomodidad. Con armas listas, instintos afilados por meses de huida.
—¿Vertex? —exclamó Cassia.
Las orejas de Dain captaron sonidos lejanos.
—No —respondió—. Algo más grande.
Una sucesión de explosiones iluminó el horizonte como fuegos artificiales mortales. La paz de la selva desapareció, sustituida por el caos del combate. El corazón de Cassia golpeaba.
—Tenemos que movernos —ordenó Dain, ya en marcha.
La jungla cambió de nuevo; el resplandor etéreo se mezclaba con fogonazos de destrucción. Otro estallido hizo vibrar el suelo; Cassia perdió el equilibrio.
Dain la sostuvo.
—Por aquí —insistió, adentrándola en la maleza densa.
El Gragaruam parpadeó con urgencia, mostrando firmas térmicas de numerosos combatientes a varios kilómetros. Cassia sintió alivio y temor. Aún no eran el objetivo.
—Actividad rebelde —murmuró Dain.
—¿Hombres de mi tío? —se horrorizó ella.
Él asintió con gesto grave.
—Necesitamos ver qué pasa y decidir si seguimos seguros.
Otra detonación; se acercaron a un promontorio. Abajo, una base oculta era bombardeada por naves negras con el emblema del Regente Sombrío.
—Tenemos que ayudar —dijo Cassia, adelantándose.
Dain la sujetó.
—Puede ser una trampa.
—O nuestra única oportunidad —respondió ella, zafándose.
Él luchó con la decisión. Miró la batalla; su resolución se endureció, más feroz.
—Juntos —afirmó.
El brazalete lanzó una última alerta; otra explosión iluminó la selva. Esta vez, Cassia y Dain no vacilaron. Se movieron como uno, sin importar el peso del universo.